viernes, 28 de marzo de 2008

Dos viejos relatos de 1992

Este largo finde libraré e iré metiendo cosillas nuevas. Hasta entonces, para no abandonar esto, os pongo aquí dos viejos relatos nada menos que de 1992. Rebuscando entre mis cosas, he encontrado una antigua revista que hacíamos en el insituto, en la que publiqué ambos. Se trata de cosas muy antiguas y no demasiado buenas, pero me apetece reproducirlas aquí.


El Empollón. Escrito el 6 de mayo de 1992 y publicado en el número cero de la revista Alethia, del Instituto Alfonso X 'El Sabio', también en 1992:
Esta tarde, mientras estudiaba, me desconcentraron las campanadas de la iglesia; tenía la radio puesta, los críos de la calle parecían estar echando un concurso de voces debajo (literalmente) de mi habitación, y en el suelo yacían esparcidos los antiguos tebeos que había sacado para cuando me aburriera. Pero lo que realmente me molestó fue aquel martilleo, aquel ruido lejano de percusión de metales. Yo estaba tumbado en la cama, con los apuntes desparramados sobre su superficie y mi cuerpo, arropándome; más de una vez me había quedado dormido así, y en aquel momento estaba en un tris de repetirlo. La distracción de las campanadas fue definitiva: “no sigo”, me dije, lanzando al suelo los papeles que tenía en la mano. Cogí un antiguo número de Spiderman y me puse a ojear los dibujos, sin leer (¿para qué?, ya me los sabía de memoria). Me aburría. Solté el cómic y me quedé mirando a la lámpara encendida. Cerré los ojos...


Toledo, una noche de invierno. Escrito el 6 de mayo de 1992 y publicado en el número cero de la revista Alethia, del Instituto Alfonso X 'El Sabio', también en 1992:

La luz de la luna caía oblicuamente sobre Toledo; una luna llena, cuyos influjos, dicen causan la locura y la demencia, pero que a mí me provocan una extraña mezcla de orgullo, alegría y euforia, como si acabara de hacer algo importante. Las luces de la calle estaban fundidas o apagadas, y tan sólo se encontraban iluminados el Alcázar y la Catedral. Esto era la causa de que no pudiera ver a los escandalosos gatos que, rebuscando entre la basura, se enzarzaban en sangrientas disputas; siempre me he preguntado si hay en Toledo más gatos o japoneses, pero aquella noche me pareció descubrirlo.
Si a todos aquellos que pisan Toledo por primera vez les parece estar en el interior de un antiguo castillo, a aquellas horas de la noche yo creía ver a mi alrededor grutas secretas, oscuros escondites, y sombras y formas macabras, como si me encontrara en el interior del mismísimo castillo Drácula o en una terrorífica historia de Poe. Mis pasos sobre el suelo adoquinado resonaban y eran reproducidos por el eco de aquellas casas vacía, y el agudo frío de aquella noche de invierno contribuía, junto a la acción de los influjos de la luna, a crear un aura de misterio en torno a las calles, en torno a toda la ciudad. Y aquello me gustaba.

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