domingo, 27 de noviembre de 2022

Mis experiencias con el carnet de conducir

 


¡Aquí todo el mundo tiene que tener el carnet en septiembre, quien no lo tenga, se va a la calle!”. Así se las gastaban en Localia Televisión Toledo en 2001; pagar pagaban bien poco, menos incluso que en el resto de la profesión, que ya es decir, pero exigir exigían todo lo que podían.

Así, ni corto ni perezoso, me apunté al día siguiente a la autoescuela San Pablo, del Polígono. Eran muy listos en la tele, porque te daban hasta el 1 de septiembre, cuando en agosto no examinaban, total, que tenía dos o tres meses, no me acuerdo bien, hasta el 31 de julio. Las clases teóricas fueron bien. Muchos tests y cuando me vi preparado pedí presentarme. “Vas un poco verde”, me dijo la profesora. “Ya, pero no quiero sacar nota, quiero aprobar, y con lo que sé apruebo”, le respondí. Llevaba veinte años de exámenes y solo me venían a la memoria dos suspensos, seguro que aprobaba. Además, la preparación había sido buena. Así fue. Salí contando fallos, cinco, he aprobado.

Las clases teóricas fueron más complicadas. “Mete primera y arranca”, me dijo el profesor tras presentarse. “Me tendrán que decir cómo se hace”, le respondí. “No me digas que nunca has conducido un coche”, respondió malhumorado. “¿Cómo voy a conducir si no tengo carnet?”, mi repuesta me pareció obvia, pero a él no le pareció tanto.

Total que le dije que me tenía que presentar al examen el último día de julio. Él me dijo que era pronto, que no sabía conducir… pero le expliqué las causas y aceptó a regañadientes. El profe era un poco gruñón pero muy buen tío. Llegado el día, se examinó primero un compañera que conducía muuucho mejor que yo. Se puso nerviosa al aparcar y cruzó el coche al carril contrario. Yo lo cogí tranquilo y me lo pasé muy bien en el examen. Eso sí, se me caló cinco veces. Yo sabía que se me calaba otra me tiraban, así que en la rotonda de Alfonso VI salí haciendo rueda con el freno de mano. Mientras hablaban el profesor y el examinador, mi compañera me confesó lo nerviosa que había estado también por mí, porque dijo que pasé por lugares superestrechos. Yo ni me había dado cuenta. El profesor volvió sorprendido y me dio la mano para felicitarme, “felicidades, no sé cómo lo has hecho, no sabes conducir, pero ya tienes canet”. También me riñó porque, al parecer, había corrido más de la cuenta, “cuando tú siempre vas demasiado despacio”.

Así que la verdadera aventura comenzó el primer día de carnet. Había que ir a entrevistar a Miguel de la Cuadra Salcedo en un chalet de un pueblo de Madrid. El cámara no tenía carnet, yo sí. Así que cogí el coche nuevo y para allá, sin GPS ni nada. Para colmo, como de costumbre en Localia, íbamos tarde, dos horas tarde, para ser exactos. La secretaria de Miguel nos estuvo llamando todo el rato para decirnos que se tenía que ir. Claro, nos perdimos. Nos hartamos de dar vueltas por urbanizaciones del pueblo, hasta que ya cansado dije “¡a tomar por culo!”, para dar marcha atrás y salir del callejón, con tan mala suerte, o buena, que chocamos con un coche de Camel Trophy. Era allí. Hicimos la entrevista rapidísimo y nos quedamos solos en casa de Miguel para grabar las contras. Había salido todo bien, ¿o no? Pues no, porque el cámara, novato, no sabía eso de que tenía que enfocar. No valía nada de nada. Nunca se lo dijimos a Miguel, que nos llamó mil veces para pedir la entrevista.

Así que con el coche en el taller, al siguiente fin de semana me tocó trabajar con otro cámara sin carnet, Pedrito (al fina solo me lo saqué yo y allí, lógicamente, no echaron a nadie). Había que ir a Fuensalida, a una feria, y solo teníamos la fragoneta, fragoneta sin frenos, por cierto. Así que con unos días sin carnet, me hicieron conducir hasta Fuensalida utilizando para frenar el motor y el freno de manos.

La verdad es que en Localia, con el coche nuevo, pude aprender a conducir a mi gusto. Como editor de los dos informativos parte de mi trabajo era repartir a los equipos continuamente por toda la ciudad. Así sí que aprendes sin miedo a conducir por el Casco.

Fueron solo unos meses, porque me cambié de trabajo, pero ahí no quedaron las anécdotas con el coche de Localia. A los cuatro años, una compañera estaba ojeando el Boletín Oficial de la Provincia y vio que tenía cuatro multas de aparcamiento sin pagar. La matrícula ni me sonaba. Me pasé por Tráfico y me dijeron que era el coche de Localia TV, que estaba a mi nombre. Cada vez que mandaban una carta, se la devolvían. Claro, había cambiado la dirección como seis años antes, todavía se acuerda mi espalda del traslado. Así que fui a Localia y expuse la situación al nuevo director, que entonces no conocía y con el que ahora, por cierto, me llevo bastante bien. “Ufff, eso es un problema muy gordo”, me dice, “mejor paga tú las multas y ya te pagaremos”. “Eso es un problema muy gordo, me estáis atribuyendo un delito que no es mío. Tenéis quince días”, respondí. Efectivamente, a las dos semanas habían pagado y me habían quitado de conductor del coche.