viernes, 25 de abril de 2008

El Aljibe

En serio, que sí, que estoy preparando cosillas... Pero es que no he tenido tiempo estos días. A ver si a partir del lunes me pongo con esto y con más cosas. De momento, para que no os aburráis, recupero y mejoro aquí algunos textos publicados en la página web de los colegas. Allí tuvimos la idea de hablar de nuestros bares favoritos. Lamentablemente, la mayoría ha ido desapareciendo...
Comenzamos con El Aljibe.


Antigua foto con Casto en el Aljibe. No faltó ni Clean Eastwood

El Casto es un camarero cuarentón, inteligente, dicharachero y agradable, que comparte en todo nuestros gustos. Ahora que el bar está cerrado, el día en el que cumplamos la promesa que hemos hecho a Alicia, su mujer, y empecemos a llamarlo los sábados por la noche, será uno más del grupo. Le gusta Toledo, cotillear, investigar y descubrir cosas de la ciudad que nadie conoce. También es heavy y amigo de sus amigos.
El Aljibe era un bar viejo, un tanto decadente y lleno de humedades. Mis padres decían que ya en sus tiempos era un bar de tortolitos. Después, al parecer, pasó a lugar para ir con los colegas. En los últimos tiempos, se convirtió un antro de clientes habituales, como nosotros, que solíamos acudir siempre a última hora, por el penúltimo cubata. A todos te los conocías de vista, y había seres entrañables (cuando no se te pegaban a dar la charla), como el Garrafa, a quien conseguimos espantar. En los últimos días de nuestro amigo tras la barra, quizás por el cierre de otros bares, llegó más gente joven, más sangre fresca, si no algunas guiris despistadas, que hacían subir la temperatura del ambiente. Lo malo es que, por cuestiones laborales, Casto no pudo seguir, y dejó de camarero a Ximo, un ocupa valenciano, bastante broncas y troledo, que espantó a buena parte de la clientela.
El Aljibe tenía cuevas, algunas abiertas, donde tú mismo podías encenderte la luz, y otras cerradas. También las había ocultas, tapiadas. Anualmente, se celebraban allí unas rutas del terror muy aconsejables. Lo malo es que se encontraba bajo el Callejón del Meado, nombre que le hemos dado nosotros a una de las calles más estrechas de Toledo. No hace falta que te explique por qué lo llamábamos así. Como no podía ser de otra forma, había filtraciones. Y es que poner eso en condiciones valdría mucho dinero y si Casto lo invirtiera ya se montaría el proyecto que tiene en mente desde hace tantos años.
Si todo lo anterior no te ha convencido de las bondades del difunto bar, recuerda que los cubatas estaban a cuatro euros, hasta donde tú querías de alcohol, y que era uno de los pocos bares en Toledo donde no te ponían garrafón.