martes, 17 de octubre de 2023

Palestina necesita otro Cristo con un fusil al hombro



Con motivo del conflicto del nuevo conflicto en Gaza parece que todo el mundo tiene que opinar. Tantas opiniones hay, que a punto estamos de un conflicto internacional, tras el intercambio de mensajes entre la Embajada de Israel y el Gobierno de España.
Como bien ha recordado este último, en una democracia hay libertad de expresión, cualquiera puede dar su parecer. Lo que yo echo en falta aquí, como en tantos otros extremos, es que las opiniones estén fundadas en conocimiento, no solo en filias y fobias.
Una cosa son los crímenes de guerra, de los que cada uno debería rendir cuentas ante la Justicia, y otra las causas y las soluciones de un conflicto que se viene alargando durante demasiado tiempo. Comencemos por el principio. Durante los últimos días se está haciendo viral un mapa de National Geographic de 1948 en el que, efectivamente, no existe Israel. En esta postal que publico más arriba, circulada en 1905, este monte Tabor, situado en la baja Galilea, lo que hoy es Israel, viene identificado inequívocamente como Palestina. Lo digo por si alguien todavía de la legitimidad de Palestina como nación.
Pero para entender mejor lo que está ocurriendo, es de sabios recurrir a los clásicos, y de paso reivindicar la labor del periodismo. Estos días tengo sobre la mesilla de noche, esperando a que termine el libro que me estoy leyendo para su relectura, el Cristo con un fusil al hombro, de Ryszard Kapuscinski. Se trata de una recopilación de artículos del polaco publicada en 1975. El título viene de uno de los artículos sobre Bolivia, precisamente donde yo me quedé leyendo en su día. Pero en realidad comienza con una amplia descripción del conflicto palestino-israelí.
En los textos de Kapuscinski hay hasta lecciones de meteorología, pero sobre todo una visión muy cruda y completa de cómo estaba por aquel entonces el territorio, con tintes políticos, históricos y étnicos. El periodista no toma parte por ninguna de las fracciones, pero sin duda que es simpatizante de los palestinos, que aparecen como víctimas. Hace un recorrido por su historia y sus anhelos. Los dibuja como el pueblo más culto del mundo árabe, amable y cariñoso; vanamente confiado en que, cargado de razón, sus hermanos lograrán que se haga justicia con él.
Me quedo con la imagen de aquellos palestinos que, como los judíos sefarditas, siguen portando en su exilio las llaves de unas casas que de seguro que ya no existen. Entristece leer su confianza desesperada en unos vecinos que, por razones propias, siempre les acaban dando la espalda. Y sobre todo, marca mucho un último artículo en la que, tras vivir su propia guerra, Kapuscinski sentencia que no le cabe duda de que esta la van a ganar los judíos. Parece que no le faltaba razón.