martes, 1 de marzo de 2011

Alberto González, de la Escuelita de Inmigrantes al nacimiento de la educación de adultos en Bolivia

Hace ya tiempo que publiqué este artículo en el periódico Vecinos, el de la Asociación de Vecinos 'El Tajo'. Lo pongo aquí, es otro más en los que hablo de Bolivia, con un punto de vista más crítico, y al tiempo afectuoso. Narro mis puntos de vista sobre la cooperación, y al tiempo rememoro mi encuentro con un viejo amigo, Alberto González, quien, por cierto, es el mismo que está preparando lo del hermanamiento del Polígono con la comunidad guaraní.

Una de las cosas que más me llenó del mes que acabo de pasar en Bolivia, y creo que una de las cosas que más ha aportado a algunas de mis compañeras, fue el breve encuentro con mi viejo amigo Alberto González.
Durante todo el mes de septiembre he participado con FIDE e Indicep en el programa de Jóvenes Cooperantes de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. Básicamente, se trata de un curso de formación sobre el terreno acerca de la cooperación en el departamento de Cochabamba, en Bolivia. Alternamos jornadas maratonianas de estudio de los programas con visitas a los mismos, en las que hemos intentado conocer al máximo la vida en las comunidades. Y después de este tiempo, a mí personalmente me parece que es mucho lo que la cooperación internacional está haciendo en Bolivia gracias a profesionales esforzados, que con muy poco dinero se desviven por mejorar las condiciones de vida de personas que han nacido en una de las zonas más pobres del planeta. Pero también me dio la impresión de que todo este trabajo y esfuerzo no hacen otra cosa que poner parches y hacer curas de emergencia en los lugares más necesitados; ni de lejos son suficientes para dar una respuesta a las muchas y muy grandes necesidades del país.
El trabajo, por lo tanto, es bueno. El dinero está bien empleado. Pero hace falta mucho más, y quizás trabajar desde una filosofía distinta. A veces me pareció que había poca o nula coordinación entre programas y que estos invadían las competencias del Estado. ¿Entonces qué? ¿Quizás apostar por quitar responsabilidades a las ONGs y colaborar más con las administraciones locales?
Bueno, eso es lo que está haciendo en parte la cooperación sueca, además de replantearse el uso del para mí prehistórico e inútil marco lógico de programas. La charla de Martha Arévalo del Centro Cooperativo Sueco fue una de las que nos pareció más interesantes por su sinceridad sobre la situación del país y la cooperación, y porque no ve esta como algo estático, sino en constante evolución. Sobre la metodología, nos contó que ellos han decidido dejar de financiar directamente los programas de ONGs locales, y trabajan con administraciones y colectivos, que luego pueden contratar o no a estas ONGs u otro tipo de técnicos. La idea es dar una respuesta precisamente a las necesidades que piden los bolivianos y también hacer que sean ellos los que se organicen. Y todo ello, bajo un estrictísimo control del Centro Sueco sobre el dinero.
Unos días después, visitamos la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) de España en La Paz. Tras la charla oficial, pude conversar un rato con el segundo de abordo, Juan José Sanzberro, y le comenté mis dudas; que se estaba haciendo un gran esfuerzo, pero que quizás lo que podía fallar era la filosofía de fondo tras la organización. Me respondió que esa era un poco la idea sobre la que se estaba trabajando en estos momentos. Mientras tanto, la cooperación española es la segunda en importancia en Bolivia, tras la norteamericana. La AECI está dejando de financiar directamente programas (creo que el del palmito en el Chapare es uno de los últimos, y ya está andando solo), y lo que hace es aportar dinero para que sea el Gobierno boliviano el que lo invierta bajo su supervisión. Esta es la forma de trabajar que quiere imponer EVO, y a mí no me parece mal, sino todo lo contrario. Sin embargo es poco el control y hasta la coordinación que de la AECI con muchas ONGs.
Y esa tarde es cuando entró en escena Alberto. Para quien no haya caído, Alberto González ha sido durante años vecino del Polígono, socio de la Asociación de Vecinos, y fundador, junto a otros, de la Asociación de Inmigrantes y la Escuelita de Inmigrantes. Yo acudí a la cita con cuatro amigas, y pensé que quizás nuestras cosas las aburrirían. Pero nada más lejos de la realidad. En el rato que estuvimos cenando junto al Museo de la Coca, en pleno Mercado de las Brujas, Alberto fue el protagonista indiscutible. Su charla amable y tranquila era casi hipnótica. Allí nos contó su punto de vista sobre La Paz y la política boliviana, sobre su pasado, sobre la revolución indígena… incluso de los descendientes de la Guerra CivilAlberto está haciendo en Bolivia. española en este país. Tomamos buena nota de algunos libros interesantes que leer. Pero lo que más nos llamó la atención fue la labor que el propio
Alberto lo ha dejado todo en España, y se ha ido a ayudar a levantar la educación en Bolivia. En realidad trabaja para el Ministerio de Educación español, pero en el país andino, en colaboración con su Ministerio. Allí está ayudando a que la educación de adultos comience desde cero. Cuando habla de su trabajo, a Alberto se le ilumina la mirada. Está entregado a una labor que le entusiasma, en una situación política en la que cree firmemente. Es capaz de trabajar doce horas, porque las necesidades son muchas y sus ganas también. A mi me da la impresión de que en el Ministerio español igual no hace gracia tanto entusiasmo y compromiso. Pero ahí sigue  Alberto, programando la educación de adultos, incluso colaborando en la nueva ley de Educación. Y el trabajo es mucho, porque en el nuevo Estado Plurinacional de Bolivia hay que adaptar la programación a cada cultura, y a cada uno de los 38 idiomas reconocidos en la Constitución.
Tras cenar, íbamos a la casa de Alberto, y mi amiga María Arenas, una persona con un tremendo optimismo inteligente, no cesaba de repetirme la admiración que le producía una persona que deja en España amigos, familia y toda su vida para ayudar darlo todo en un lugar lejano, donde necesitan de sus conocimientos. Plenos de admiración, nos preguntábamos en silencio si nosotros seríamos capaces de hacer algo así algún día. Entre tanto, ya estábamos en casa de Alberto, y mientras nos preparaba un mate de coca, seguía hablándonos de la cooperación internacional, de lo poco que a veces se leía, y que, en ocasiones, el gran fallo es querer ayudar con nuestra mentalidad occidental, y no conocer primero las costumbres y las realidades de la gente a la que se quiere ayudar.
Quizás por ahí pase el futuro de la cooperación, por colaborar con dinero, pero sobre todo con material humano, en los planes de los gobiernos, en lo que cada país cree que es necesario desde su punto de vista, no desde el nuestro; y desde luego, con personas comprometidas, que ven en su trabajo una forma de ayudar a los demás que las hace felices. Lo malo es que creo que como Alberto hay pocos.