lunes, 7 de abril de 2008

Jacaranda XXX aniversario


-Ramón, dos con Cola-Cola y uno con limón.
Naturalmente, son tres de Matusalem, sabroso elixir de diez años que nos sedujo a todos hasta dejarnos prendados del ron. Siempre amable, Ramón nos invita a sentarnos y sirve la copa con generosidad. Es la una de la noche, punto de inflexión, a partir del que el Jacaranda poco a poco se vuelve todavía más íntimo. Aún así, nos cuesta ir buscando sillas para los que tienen que llegar.

El siguiente es Óscar Luis. Casi una vez al trimestre le convencemos para que deje a mujer y prole en casa, y llega desbocado. Cuando abre el portón rojo de madera, decenas de ojos intentan reconocerlo por un instante. No interrumpe las animadas conversaciones que sin dificultad se superponen sobre el volumen agradable de la música. Con paso decidido, Óscar atraviesa una ligera nube de humo, esquiva a algún cliente habitual y le da tiempo a reclamar a Ramón la cuarta copa golpeando con su puño la vieja barra. A su lado, una periodista les cuenta a sus amigos sus últimas experiencias en Jerusalem. En otra mesa, un grupo de actores valora la política cultural de la Junta.

Para cuando media hora después llega el último, Eduardo, ya vamos algunos por el segundo Matu acompañado de una tabla de quesos y otra de esos patés que elabora Ramón de forma artesanal. La música de Krahe eleva el tono literario de Luismi. Hay algún flasazo por diversas mesas. Una guiri sale tras la cortina, sorprendida del antiguo servicio de puerta corredera.
El Jacaranda es uno de los bares más antiguos de Toledo. Sobre su extraña puerta, pende un cartel que fecha su nacimiento en 1968. El local es poco más que un pasillo en forma de ele, con mesas de madera y clientes bohemios y habladores. Sobre sus paredes, un tanto desconchadas, penden posters de cuadros modernos; algún Zóbel y varios Klimt, que no desentonan con la decoración de los rincones llenos de detalles antiguos. En uno, junto a la estufa de gas, hay un lavabo manchego. Junto a la barra existe un mostrados de ultramarinos donde se guardan las viandas. ¿Y qué decir de la máquina registradora de céntimos de peseta?
Ramón, siempre tan comedido, charla con unos y otros. En ocasiones se sienta con los más conocidos. Si algún día le diera por escribir en sus memorias lo mucho que ha escuchado en el bar, seguro que rompía más de un matrimonio.
A la amiga de hoy de Justo, artista esta, ni le sonaba el local. En Toledo, el Jacaranda sigue siendo un bar poco conocido, tras tres décadas. Pero si el Jacaranda estuviera en París, sin duda que sería un local famoso entre el mundo bohemio. Pero esta es una ciudad en la que pocos aprecian más arte que el escrito hace siglos y en las piedras.
Charlamos al principio de literatura. Las chicas hablan de pisos y mientras ellas se descuidan, se emprende una lucha inconsciente entre solteros y casados por hablar de las últimas conquistas o de actrices porno.
Con la cuarta copa, se cumplen las dos y media, y al dueño de nuestro local favorito comienza a entrarle sueño. Bosteza y lanza uno de esos "¿Es que no tenéis casa?". A Alberto le cuesta unos segundos convencerle de que nos sirva la última y nos dé diez minutos de prórroga. Diez minutos, que sabe que será media hora, como siempre.






http://picasaweb.google.com/Dikaios2/Jacaranda

Koma Etílico

Bueno, pues aquí va la versión corregida, creo que definitiva, del relato escrito hace un año.
Sonaban los Ángeles del Infierno y corría la cerveza. El bar estaba lleno con los parroquianos habituales riendo y llorando de sus cosas. Pero era una noche especial, porque por primera vez en mucho tiempo, no faltaba nadie del grupo. Era su aniversario y se habían reunido, nostálgicos, a tomar cervezas y contar viejas batallas.
Un poco bebido y cansado de la voz aguda, se dirigió a la barra esquivando gente.
-¡Ximo, pon los Maiden! –exigió al camarero que, como siempre, pareció ignorarlo.
Allí sentado, el borracho se sintió feliz. No habían sido buenos los últimos años para el grupo. Mujeres y niños los habían separado. Algunos habían tenido problemas de alcohol, y cuando por allí se pasaban eran seres solitarios que ahogaban sus penas en la cerveza, sin la alegría de antes y sin querer hablar con nadie.
Pero aquella noche, no faltaba nadie. Recuperó su sitio con dificultad. Y escuchó. Como en un dejavú, le pareció haber oído antes todas las palabras, recuerdos y brindis. Normalmente hablador, en aquella ocasión el alcohol le impidió que su voz acallara las palabras de los otros.
Y aquella noche supo la verdad, cinco años después. Aquella no era una celebración alegre. El aniversario del grupo no había juntado a todos, sino algo más triste, como el recuerdo de su fallecimiento, en el bar, a manos del dios Baco.