Es lo que tiene Toledo, que cada piedra cuenta una leyenda y la magia de la ciudad invita a que nazcan otras nuevas. Quizás la última sea la del fantasma de Corto Maltés en el Museo Sefardí de Toledo, dicen que en busca de la Mesa del Rey Salomón. Después de años escondido entre los fondos del museo, perdido por páginas ocultas, el héroe apátrida ha salido a la luz para quedarse, y engrosar sus valiosos fondos.
Corto Maltés es el más famoso protagonista de los cómics del italiano Hugo Pratt. Duro, pero romántico, desfacedor de entuertos, violento, pícaro intelectual del siglo XX rodeado de dudosas compañías, siempre acompañado de peligrosas mujeres, a lo largo de doce tomos, Corto es un joven pirata, buscador de tesoros, investigador de enigmas ocultos, se sumerge de cabeza en aventuras y misterios e incluso encuentra un continente perdido.
Después de todas esas aventuras, la intención de Hugo Pratt era poner punto final a la vida de Corto en España, luchando entre los brigadistas en el durante la Guerra Civil. Pero será cosa de la rebeldía natural de un personaje que se trazó a cuchilla en la mano su propia línea de la suerte, o que a su autor le dio pena; pero el caso es que, al final, Corto no murió, sino que terminó perdido entre la batalla.
Aquel fue el final en el cómic, porque el verdadero final del personaje es tan romántico como su propia vida.
Una visita anónima y un agradable descubrimiento. Poco antes de morir, Hugo Pratt visitó Toledo de forma anónima. Su madre era judía sefardí, de familia de origen toledano. Durante muchos años el pequeño Hugo vivió en el ghetto veneciano, donde conoció más la magia y el esoterismo que la práctica religiosa, y esos romances sefardíes que hablaban de Toledo, la ciudad perdida y añorada de los antepasados. Esta tradición se refleja en su obra. Corto estudió durante su infancia la Cábala y el Talmud. Fue en Córdoba, donde lo inició el rabino Ezra Toledano.
Con estos precedentes, Pratt no se debió de sentir muy extraño recorriendo los callejones toledanos, rememorando su niñez y a su madre, cuando visitó la ciudad en 1995. Y uno de los lugares por los que pasó inevitablemente aquel anciano moribundo fue el Museo Sefardí de Toledo, antigua Sinagoga del Tránsito, que perteneciera a Samuel Leví, un lugar lleno de magia, misterio e historia, en el que sin duda que Corto Maltés se hubiera sentido en su propio elemento. El anciano Pratt disfrutó de la magnificencia del monumento, lentamente lo reconoció. Y al llegar a la sala de mujeres quiso hacer un gesto anónimo. Se paró ante el libro de firmas, y allí pintó el que parece que es el último croquis de Corto Maltés.
Los responsables del Museo Sefardí vieron el bonito dibujo y se quedaron sorprendidos por el fino trazo. Pero no le dieron importancia. A los pocos meses, el hoy director, Santiago Palomero, se enteraba de que Hugo Pratt había muerto después de una larga enfermedad, durante la que le había dado tiempo a recorrer España, e incluso hacer un viaje iniciático por Toledo para cumplir el deseo de su madre sefardí. Fue entonces cuando Palomero recordó la ilustración del libro de firmas. Lo buscó, y descubrió sorprendido que bajo la cara desafiantes y los ojos brillantes de Corto Maltés estaba la inconfundible firma de Hugo Pratt. No satisfecho todavía, investigó qué vigilante había estado aquel día en la sala de mujeres. Era Gregorio Lacárcel, uno de los más veteranos del Museo, quien atinó a recordar un anciano que «casi dibujaba de memoria» en el libro de visitas.
Ahora el boceto de Pratt está catalogado en los fondos del Museo, y puede ser que algún día entre a formar parte de la exposición permanente, o de alguna temporal. De momento, de lo que sus responsables presumen es de que quizás Corto Maltés murió en la sala de mujeres de la Sinagoga del Tránsito, o no murió, sino que su espíritu habita las paredes de este centro del conocimiento y de la tolerancia, como un fantasma dispuesto a defender a los débiles y deshacer cualquier entuerto, mientras que busca incansablemente nuevos tesoros, como la Mesa del Rey Salomón.
Corto Maltés es el más famoso protagonista de los cómics del italiano Hugo Pratt. Duro, pero romántico, desfacedor de entuertos, violento, pícaro intelectual del siglo XX rodeado de dudosas compañías, siempre acompañado de peligrosas mujeres, a lo largo de doce tomos, Corto es un joven pirata, buscador de tesoros, investigador de enigmas ocultos, se sumerge de cabeza en aventuras y misterios e incluso encuentra un continente perdido.
Después de todas esas aventuras, la intención de Hugo Pratt era poner punto final a la vida de Corto en España, luchando entre los brigadistas en el durante la Guerra Civil. Pero será cosa de la rebeldía natural de un personaje que se trazó a cuchilla en la mano su propia línea de la suerte, o que a su autor le dio pena; pero el caso es que, al final, Corto no murió, sino que terminó perdido entre la batalla.
Aquel fue el final en el cómic, porque el verdadero final del personaje es tan romántico como su propia vida.
Una visita anónima y un agradable descubrimiento. Poco antes de morir, Hugo Pratt visitó Toledo de forma anónima. Su madre era judía sefardí, de familia de origen toledano. Durante muchos años el pequeño Hugo vivió en el ghetto veneciano, donde conoció más la magia y el esoterismo que la práctica religiosa, y esos romances sefardíes que hablaban de Toledo, la ciudad perdida y añorada de los antepasados. Esta tradición se refleja en su obra. Corto estudió durante su infancia la Cábala y el Talmud. Fue en Córdoba, donde lo inició el rabino Ezra Toledano.
Con estos precedentes, Pratt no se debió de sentir muy extraño recorriendo los callejones toledanos, rememorando su niñez y a su madre, cuando visitó la ciudad en 1995. Y uno de los lugares por los que pasó inevitablemente aquel anciano moribundo fue el Museo Sefardí de Toledo, antigua Sinagoga del Tránsito, que perteneciera a Samuel Leví, un lugar lleno de magia, misterio e historia, en el que sin duda que Corto Maltés se hubiera sentido en su propio elemento. El anciano Pratt disfrutó de la magnificencia del monumento, lentamente lo reconoció. Y al llegar a la sala de mujeres quiso hacer un gesto anónimo. Se paró ante el libro de firmas, y allí pintó el que parece que es el último croquis de Corto Maltés.
Los responsables del Museo Sefardí vieron el bonito dibujo y se quedaron sorprendidos por el fino trazo. Pero no le dieron importancia. A los pocos meses, el hoy director, Santiago Palomero, se enteraba de que Hugo Pratt había muerto después de una larga enfermedad, durante la que le había dado tiempo a recorrer España, e incluso hacer un viaje iniciático por Toledo para cumplir el deseo de su madre sefardí. Fue entonces cuando Palomero recordó la ilustración del libro de firmas. Lo buscó, y descubrió sorprendido que bajo la cara desafiantes y los ojos brillantes de Corto Maltés estaba la inconfundible firma de Hugo Pratt. No satisfecho todavía, investigó qué vigilante había estado aquel día en la sala de mujeres. Era Gregorio Lacárcel, uno de los más veteranos del Museo, quien atinó a recordar un anciano que «casi dibujaba de memoria» en el libro de visitas.
Ahora el boceto de Pratt está catalogado en los fondos del Museo, y puede ser que algún día entre a formar parte de la exposición permanente, o de alguna temporal. De momento, de lo que sus responsables presumen es de que quizás Corto Maltés murió en la sala de mujeres de la Sinagoga del Tránsito, o no murió, sino que su espíritu habita las paredes de este centro del conocimiento y de la tolerancia, como un fantasma dispuesto a defender a los débiles y deshacer cualquier entuerto, mientras que busca incansablemente nuevos tesoros, como la Mesa del Rey Salomón.
Publicado el 7 de noviembre de 2010 en La Tribuna de Toledo.
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