Existen pueblos enteros cuyos habitantes sobreviven con menos de dos euros al día. Estoy tomando estos apuntes desde uno de ellos. La comunidad de Wayllojo, del municipio de Arque, en pleno valle de Berenguela, no aparece en Googlemaps. Está en la ladera de una montaña andina a cuatro mil doscientos metros de altura. Y mientras que yo, acostumbrado a subir fácilmente la cuesta de Cervantes, apenas puedo andar veinte metros sin asfixiarme, sus habitantes me sobrepasan sin dificultad mientras interpretan con sus flautas la Kokoña Siku a pleno pulmón. Su idioma natal es el quechua, apenas conocen el castellano. Quizás por eso se muestran tan tímidos y reservados con los jóvenes cooperantes recién llegados a sus cuatro casas. Nos han abierto la choza que les sirve de ermita y de lugar de reuniones y nos han invitado a comer papas y oka, su alimento habitual, acompañado en esta ocasión de algo de zanahorias y cebolla.
Wayllojo es una de las comunidades más pobres de la provincia de Cochabamba, que a su vez es la más pobre de Bolivia. Lo que aquí está desarrollando la ONG local Indicep con la colaboración de la Fundación Iberoamericana al Desarrollo (FIDE) y la financiación de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha es un programa de soberanía alimentaria, que busca una adecuación del terreno y de la comunidad para que sus habitantes sean capaces de cultivar sus propios alimentos, sin necesidad de depender de nadie más. La idea es que puedan decidir qué alimentos cultivar, dónde y qué hacer con ellos, creando sus propias políticas alimentarias.Los jóvenes cooperantes apenas llevamos en los alrededores veinticuatro horas. Ayer llegamos al municipio de Bolívar, otro de los más pobres de Cochabamba. Para acceder tardamos cinco horas en recorrer 180 kilómetros. A medida que el destartalado autobús hacía metros por el precipicio, yo iba pensando que era imposible que la siguiente población tuviera un aspecto más pobre, y que difícilmente íbamos a poder subir más metros. El paisaje es el desierto de Almería entre montañas secas, ocres, grises, amarillas y violetas, salpicadas al principio por alguna oveja, a la que poco a poco fueron sucediendo llamas escuálidas. Entusiasmados por la majestuosidad de la sucesión de macizos, los jóvenes cooperantes no cesamos de hacer fotos, y nos preguntamos durante el camino cómo es posible que se mantengan en pie estas pequeñas construcciones de adobe, que parecen desafiar en las laderas la gravedad.
Una vez en Bolívar, desde el principio, nos sorprendió el contraste entre la escasez de recursos y la abundancia de ideas. Nos reunimos con el alcalde, el presidente del municipio y el presidente de la cooperativa, y nos consumió la impotencia cuando una y otra vez nos ponían sobre la mesa proyectos y más proyectos y nos preguntaban cómo podían exportar a España, o explicar su situación a nuestros responsables políticos. Con el apoyo de Junta, FIDE e Indicep, apenas se están implementando en la proyectos como el de soberanía alimentaria o el cultivo de cañahua, un cereal muy nutritivo cultivado tradicionalmente en estas tierras, y sus pobladores ya están pensando en más proyectos; en poder vender su artesanía, o en atraer al turismo.
Intentando subir unos metros hacia la siguiente comunidad, uno tiene sentimientos encontrados; mientras se siente en la cima del mundo, se ve rodeado de las personas quizás más pobres del planeta. Y se pregunta cómo es posible que el hombre haya dejado a su suerte a los habitantes del cielo, cuyo único pecado es haber nacido allí.
Intentando subir unos metros hacia la siguiente comunidad, uno tiene sentimientos encontrados; mientras se siente en la cima del mundo, se ve rodeado de las personas quizás más pobres del planeta. Y se pregunta cómo es posible que el hombre haya dejado a su suerte a los habitantes del cielo, cuyo único pecado es haber nacido allí.
Publicado en La Tribuna de Toledo el 17 de septiembre de 2010. (aquí)
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