Hombres y mujeres discutían con exquisita educación sobre el panorama político boliviano; sobre Evo, el futuro sin Evo, la situación de los pueblos indígenas, el desarrollo de Cochabamba, el proceso constitucional y la Guerra del agua, porque el precio del agua en su día fue tal que provocó una masiva revuelta, que terminó por cambiar el país. Unos y otros expresaban en esta moderna ágora sus argumentos pidiendo respetuosamente la palabra y exponiendo con vehemencia, pero con educación, unos argumentos que desde mi lejano entendimiento apenas llegaba a comprender.
Poco después pude saber que este era el espacio público escogido por los habitantes de la ciudad para expresar sus ideas políticas y escuchar a propios y antagonistas; un punto de encuentro utilizado igualmente para otras actividades (aquel día había también una fiesta infantil), pero en el que también se sucedían sin tensión alguna una cascada de argumentos políticos de todas las clases. Tras escuchar unos minutos, decidí abrir el objetivo de mi atención al resto del parque. A mi alrededor, había cambistas, familias paseando y una fiesta en defensa de derechos infantiles, como la educación y la familia. Pero de lo que no me percaté en ningún momento es de presencia policial.
Y comencé a preguntarme si una discusión de este estilo sería posible en una España con este desengaño político, si en la plaza de Zocodover podría desarrollarse un debate entre una treintena de personas de muy distintas tendencias, que se respetaran con completa educación, y sin incidente alguno. Como mínimo, lo vi complicado.
Tras ese shock, comencé a ver Cochabamba de una forma muy distinta. Las mamitas con su ropa tradicional, la suciedad de la calle o los autobuses importados de Asia, casi catangas, no dejaron de sorprenderme, aunque con el tiempo me acostumbré. Pero esa lección de diálogo democrático me ayudó a empezar a observar con menos prejuicios a la sociedad a la que había llegado.
Ahí reside la importancia de un programa como este, de Jóvenes Cooperantes, que se desarrolla en los países en vías de desarrollo gracias a la financiación de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, a través del Instituto de la Juventud y ONGDs como la Fundación Iberoamericana al Desarrollo (FIDE) y el Instituto de Investigación Cultural para la Educación Popular (Indicep), en Cochabamba, Bolivia. Una persona concienciada puede acudir a cursos de sensibilización en España, pero nunca llegará a conocer los problemas como cuando los ve con sus ojos. El desplazamiento a Bolivia permite conocer los problemas de estos pueblos de primera mano, e incluso convivir con ellos durante unos días. Permite conocer y empatizar con sus problemas y realidades. Y una primera lección: comenzar a mirar sin prejuicios a las personas del denominado como Tercer Mundo, siendo conscientes de que ciertamente hay diferencias económicas y algunas culturales, pero que hay que huir del paternalismo occidental y comenzar a aprender muchas cosas de quienes tienen menos.
Publicado en La Tribuna de Toledo el 11 de septiembre de 2010. (aquí)
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