Conocimos a Pumuky Viajero en un mercadillo de Liubliana, más o menos por el ecuador de un interraíl. El lugar, a orillas del Ljubljanica, era uno de esos caleidoscopios de formas y colores, que tanto le gustaban captar a Eva. El caso es que Mária se dedicaba a inspeccionar por su cuenta, como la niña pequeña que es, cada vez que nosotros nos dábamos a la fotografía. Entre eso y que estaba buscando su regalo para su hermano y su cuñada, se dejó perder entre las artesanías
Lo suyo fue amor a primera vista. Pumuky le miró con sus ojos redondos y le sacó su lengua en media sonrisa. El resto es historia.
Eva y yo nos acercamos al puesto de la anciana, un mujer muy menuda. Los dos nos miramos y estuvimos tentados de hacer una foto a su rostro surcado de arrugas, su cabello gris recogido y su ropa de hace cien años. La mujer parecía salida de un cuento ruso sobre brujas. Pero Mária no tenía ojos para ella, sólo para un personaje pelirrojo y travieso, del que ya se había prendado.
-Justo, ¿qué te parece para mi hermano y para Susana? -La pregunta iba con trampa, ella ya sabía que se lo iba a llevar.
Eva, que estaba detrás mío, creo que haciendo la foto a la señora, dio un paso adelante entusiasmada. Sin duda que el pequeñín les volvía locas, y yo no tenía nada que decir. Eva no pudo resistirse a comprar también a Roque como regalo para Geles. Como Pumuky, Roque era otra marioneta de madera, en este caso, un cuervo negro de pico amarillo, que revoloteaba graciosamente colgando de su muelle.
Llegamos a Liubliana de casualidad. No estaba previsto en el viaje. En realidad, llegamos por improvisación.
Estábamos en Venecia y a las chicas se les ocurrió la extraña idea de ir a pasar dos días a la capital de la recientemente independizada Eslovenia. Decir que a mí personalmente aquello no me entusiasmó en absoluto. Pero, como digo, fue una improvisación. Y en seguida calmaron mis dudas, comprando varias cervezas para la noche en el tren.
Sería porque ya iba condicionado, pero Liubliana me pareció una bonita localidad de provincias, que de pronto se ve obligada a ejercer de capital. Tenía cierto encanto como ciudad pequeña, sin nada especialmente destacable. Lo mejor era que le faltaba, al menos entonces, cierto punto cosmopolita.
Al llegar, nos regalaron en la oficina de turismo un abono de autobuses para turistas. ¡Menos mal! Porque el albergue estaba lejísimos. Al llegar a la dirección, nos encontramos con un gimnasio. Extrañados, preguntamos y, sí, era allí. El gimnasio tenía extrañas habitaciones en una pieza de plástico, incluido el baño. Por la noche, nos entretuvimos comprando en una pequeña tiendecita, con un señor muy simpático, que cerró media hora más tarde explicándonos palabras de su idioma. Y cenamos un plato típico de carne picada, verdura y salsas que era una delicia. Nos acostamos pronto, que al día siguiente nos esperaba mucho turismo, muchas cervezas, y un extraño encuentro.
Al llegar, nos regalaron en la oficina de turismo un abono de autobuses para turistas. ¡Menos mal! Porque el albergue estaba lejísimos. Al llegar a la dirección, nos encontramos con un gimnasio. Extrañados, preguntamos y, sí, era allí. El gimnasio tenía extrañas habitaciones en una pieza de plástico, incluido el baño. Por la noche, nos entretuvimos comprando en una pequeña tiendecita, con un señor muy simpático, que cerró media hora más tarde explicándonos palabras de su idioma. Y cenamos un plato típico de carne picada, verdura y salsas que era una delicia. Nos acostamos pronto, que al día siguiente nos esperaba mucho turismo, muchas cervezas, y un extraño encuentro.
La bruja sacó al cuervo y al duende de sus respectivas jaulas y fue como si se esfumara. Eso, o nosotros perdimos por completo todo interés en ella.
La cara de la marioneta era la de un niño travieso que sabes que te la va a jugar en cuanto te vuelves; quizás la de un duendecillo malicioso. No sé si fue en aquel primer momento, creo que sí. De inmediato, Mária le puso Pumuky de nombre, como aquel bicho peligroso de la serie checoslovaca.
Nos fuimos al cercano castillo. Para subir al castillo de Liubliana, hay que utilizar un dragón. El dragón es el símbolo de la ciudad, pero nadie nos supo explicar por qué. Los tres, los cinco, mejoro dicho, nos subimos a lomos de él, y nos dirigimos a la fortaleza.
Este cuento medio verídico es el inicio de una aventura mucho mayor, los viajes de Pumuky Viajero. Si quieres conocer la historia de esta marioneta y sus miles de viajes, visita su propio Blog.
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