El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man, 1957) es uno de los grandes clásicos de la ciencia ficción de los años cincuenta. Se trata de una de esas películas denominadas de serie B, con poco presupuesto y mucha imaginación.
El film cuenta la historia de Scot Carey, quien tras atravesar una nube radioactiva comienza poco a poco a menguar. El caso se va haciendo famoso en América, mientras que la relación con su mujer y su humanidad se deterioran. Cuando ya vive en una casa de muñecas, su propio gato ataca a Scot, quien se pierde en el sótano. Mientras su esposa le da por muerto, él debe enfrentarse a enormes peligros, como una araña o una fuga de agua de la caldera. Y sigue menguando.
La película deja a un lado los argumentos de la década, en los que la ficción servía de escusa para acrecentar el miedo en la Guerra Fría. Pero no es ajena a otros temores de la época, como la radioactividad, ni a las fobias de la humanidad, como las arañas.
A falta de dinero, esta película es un ejemplo de que para unos buenos efectos especiales sólo hace falta imaginación. Imaginación y un guión inteligente. Hay que tener en cuenta que si el guión, basado en una novela polacada un año antes, no es excesivamente bueno, también es a causa de que se tuvo que ajustar para posibilitar los efectos. Por ejemplo, como de pequeño Scot no podía tocar a nadie, ni siquiera se acerca a su esposa, contra la que cada vez es más despectivo. Tan sólo se relaciona físicamente con la enana que conoce en el circo.
Poco me gusta ese final forzado, que quiere unir lo grande y lo pequeño, lo divino y lo humano. Al margen de esta filosofía barata y de lo tocante a las relaciones sociales del personaje, el rato del sótano de acción tras acción es tremendo para la época.
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